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"—Es un poco largo de explicar —dijo mientras comía la tortilla—. Mi madre odiaba las tareas domésticas. Apenas cocinaba. Además, ya sabes que tenemos una tienda. Así que: «Hoy estoy ocupada, haré traer comida hecha». O bien: «Conque compremos unas croquetas en la carnicería...». Y eso un día tras otro. De niña, yo lo odiaba a muerte. No podía soportarlo. Ella hacía curry para tres días y siempre comíamos lo mismo. Un día, cuando estaba en tercero de secundaria, decidí que yo misma cocinaría, y lo haría bien. Fui a la librería Kinokuniya de Shinjuku, me compré el libro más grande y bonito que encontré y me lo aprendí de cabo a rabo: cómo elegir una tabla de cortar, cómo afilar un cuchillo, cómo abrir el pescado, cómo rallar bonito seco, todo. Y como el autor del libro era de Kansai, aprendí a cocinar al estilo de Kansai.
—¿Todo eso lo aprendiste de un libro? —Me sorprendí.
—Gastaba mis ahorros en comida. Así eduqué mi paladar. Tengo mucha intuición. Mi punto débil es el pensamiento lógico.  
—Es increíble que hayas llegado a cocinar tan bien sin que nadie te haya enseñado.
—Fue muy duro, no creas. —Midori lanzó un suspiro—. Para empezar, mi familia no
entendía de cocina ni le interesaba lo más mínimo. Cuando quería comprar un cuchillo o una cazuela, me decían: «Pero si nos basta con los que tenemos». No es broma. Cuando les explicaba que con un cuchillo de hoja tan endeble no podía abrir el pescado, me venían con que no hacía falta que hiciera tal cosa. ¡En fin! Ahorraba del dinero que tenía para mis gastos e iba comprando cuchillos de cocina, cazuelas y coladores. Una chica de quince o dieciséis años que va ahorrando céntimo a céntimo para comprar asperones, cuchillos, sartenes para hacer tempura. Mientras, mis amigas, que tenían mucho dinero para sus gastos, se compraban vestidos preciosos y zapatos. ¿No te doy pena?
Asentí al tiempo que sorbía la sopa.
—En primero de bachillerato me encapriché de un cacharro para hacer tortillas. Esta especie de sartén larga y estrecha que estás viendo. Me la compré con el dinero que tenía reservado para un sujetador nuevo. Fue horrible. Tuve que pasarme tres meses con un solo sujetador. Por la noche lo lavaba y lo secaba como podía, y por la mañana me lo ponía y salía a la calle. Si no se secaba bien era una tragedia. No hay nada más triste en el mundo que ponerte un sujetador húmedo. ¡Al recordarlo se me saltan las lágrimas! ¡Y todo por una sartén para hacer tortillas!
—¡Vaya! —dije, riéndome.
—Por eso, cuando murió mi madre, me sabe mal decirlo por ella pero me sentí aliviada. Pude emplear a mi antojo el dinero para los gastos de la casa y comprar lo que quisiera. Así que ahora tengo una colección muy completa de utensilios de cocina. Mi padre no se imagina en qué gasto el dinero."
de TOKIO BLUES de HARUKI MURAKAMI



  UN LIBRO





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